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martes, 23 de diciembre de 2008

La Primera vez


¡¡Era mi primera vez!! Salí de casa sumamente nerviosa, no sabía como sería aquello. Además, era mi primera vez, sin embargo, ya se lo había prometido y no podía echarme atrás. No debía tener miedo. Al fin y al cabo era yo quien había querido voluntariamente. Cuando llegué a la puerta un escalofrío estremeció todo mi cuerpo. Luego, al abrir la puerta, tuve que hacer un esfuerzo por controlar el temblor de mis piernas. Entré... y allí estaba él esperándome, sonrió e inmediatamente me tomó por el brazo y me llevó a una habitación muy bonita. Amablemente, me invitó a acostarme y me dijo que me pusiera cómoda, que me relajara... que él estaba acostumbrado a hacerlo y que no me iba doler.
Aunque era mi primera vez, él me inspiró bastante confianza y comprendí que no podría encontrar una persona más adecuada para hacer lo que estaba a punto de hacer, dada toda su experiencia. Poco a poco, se fue acercando. Creo que notó mi nerviosismo y trató de tranquilizarme diciéndome que era un verdadero experto y que sabía perfectamente cómo hacerlo, ya que lo había hecho muchas veces y nunca había recibido ninguna queja. Por fin, cuando mis músculos comenzaron a relajarse, me indicó cuál era la postura más adecuada y, poniéndome la mano en el hombro, continuó diciéndome cosas muy agradables para darme ánimo. Fue en ese momento cuando comencé a sudar. De pronto, la proximidad entre los dos se hizo inminente, sentí la presión de sus manos en mi brazo y el cálido aliento de su boca acercarse a mi rostro. De repente, me entró algo duro y me estremecí, ya que mi cuerpo no estaba acostumbrado a este tipo de sensaciones y comencé a ponerme muy ansiosa. De pronto, comencé a sentir un dolor insoportable y lancé un grito mientras todo mi ser se estremecía.
A medida que transcurrían los minutos el dolor se iba haciendo más y más fuerte y no tardó en empezar a salirme un poquito de sangre. Le supliqué que sacara su instrumento por un momento, porque me estaba doliendo mucho, pero me dijo que no podía dejarme así. Grité angustiada y dolorida hasta que me salieron unas lágrimas. Inesperadamente, el dolor cesó y mi cuerpo fue recorrido por una indescriptible sensación de bienestar y placer. Entonces, me di cuenta de que todo había acabado y finalmente llegó la hora de marcharme. Como bien podrán imaginar le agradecí a mi dentista que me hubiese sacado esa muela que tanto me dolía y me despedí pidiéndole disculpas por mi comportamiento tan exagerado. ¡¡¡Muchas gracias Doctor!!!

viernes, 5 de diciembre de 2008

Coronel Arrechavala



Juaquín Arrechavala de Vílchez (1728 - 1823), conocido como Arrechavala, militar y después de muerto personaje de leyenda.
Juaquín Arrechavala, militar español que sirvió en la Nicaragua colonial con el grado de Coronel llegando a poseer una enorme riqueza. Su muerte dio lugar a la leyenda de Arrechavala en la ciudad de León (Nicaragua), que dice que se aparece sobre su caballo galopando por las viejas calles leonesas.
El personaje
Juaquín Arrechavala de Vílchez nacío en 1728 y murío en 1823 con 95 años de edad. Sus padres fueron José Antonio Arrechavala y Abrosia de Vílchez. Ingreso en el ejército y fue trasladado a la entonces província de ultramar de Nicaragua por orden del rey Carlos II de Borbón. Ascendió al grado de Coronel el 14 de febrero de 1791. Ostentaba ese cargo cuando se proclamó la independencia de las Provincias Unidas de Centroamérica en 1821.
Fijó su residencia en la ciudad de León y llegó a tener una gran fortuna. Entre sus haciendas se encontraba la de Los Arcos y también parece que poseía el ingenio San Jacinto. Participó economicamente en la construcción de la Capilla de San Sebastián y en la reconstrucción de la Capilla de la Recolección y obsequió las imágenes de San Sebastián, de Jesús Atado a la Columna y de la Virgen de Dolores.
La leyenda
Cuando una persona rica muere su alma no puede descansar por lo que vaga errante entre los vivos hasta que su riqueza no se distribuya de alguna manera. El pueblo trata de esta forma de buscar la justicia de la repartición igualitaria después de la muerte cuando no se ha podido realizar en vida. En la ciudad de León de Nicaragua, el personaje más popular es el espíritu de este rico militar que después de muerto sigue cabalgando por sus calles asustando a sus habitantes. Solo se deja ver por las mujeres, por lo hombres no se deja ver, aunque pueden sentir su látigo.
Sus gentes cuentan que se aparece en las noches oscuras montado en su caballo, que se oye su galope entre las callejuelas y solamete lo ven las mujeres. Cuentan, como lo hace Doña Mireyita del Barrio Guadalupe que asegura haberlo visto en más de una ocasión, que
...estaba tan oscura la noche que no se miraba mi propia mano y eso que estaba sentada en la acera de enfrente de casa a eso de las once de la noche. De pronto, después de oír un ruido extraño, se oyó el tropel de un caballo que venía desde el Barrio el Laborío y cogió para el lado del Cuartel de la 21. El Jinete se paró y amarró el caballo. Yo decía para mi misma: Quién será ese americano que va a pasar por aquí ?...¡¡¡la sangre de Cristo!!! (en aquel tiempo el país estaba invadido por los Estados Unidos)
Me encomendé a Dios y a todos los Santos y rogué para que no me pasará nada Santo Inmortal.. librame de todo susto y de todo mal. Dios mío, yo no sabía que hacer, así, entonces, cuando éste iba pasando cerca de mi casa, y en dirección mía, el volvió atrás y yo le ví el perfil de su cara...era un hombre simpático. El siguió caminando después le oí sonar la espuela.
¿Que cosa éra eso? dije yo. Siguió caminando hasta que llegó a la esquina de los Montenegro y entonces se bajó ahí y se paró en medio de la calle haciendo maniobras militares. Ya cogió él para lo que ahora es la casa de los Madrices y le dio tres golpes a la puerta. yo me dije ahí vive ese americano, pero le mire la capa era antes de color café cuando paso delante de mi casa se miraba azul turquí, después se paró en la propia esquina de los Madrices y volvió a hacer las mismas maniobras y cogió para el trasero del Colegio San Ramón y de la Asunción. Pero cuando iba ya a llegar a la esquina encontró a un hombre, que al pasar cerca de mi le pregunté, ¿Vistes a aquel americano que va allá? No he visto a a nadie, lo que usted vió seguramente fue a Arrechavala, me contestó él.

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